El Quehacer Político a través de las visiones en papel///Karla Flores///El futuro de quien habita la ciudad. CDMX entre la gentrificación y la resistencia

0
3edbde9e-59ea-422f-9a1e-ab2bc0046014

Por Karla Flores

Analista

– En calles donde antes olía a tortillería y se escuchaba el pregón del afilador, hoy hay filas para un café de especialidad, pan de masa madre, clases de yoga en inglés, la salsa de los tacos no pica y la renta de un lugar para vivir está en dólares.  La Ciudad de México está cambiando y mientras algunos celebran la revitalización urbana y la llegada de inversión, otros lo viven como expulsión, pérdida de comunidad y despojo.

Según el Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva de la Ciudad de México, al menos 48 colonias muestran signos críticos de gentrificación, con aumentos de hasta 115% en rentas en tres años.

La gentrificación, un fenómeno complejo con múltiples aristas, genera divisiones profundas en la sociedad. Por un lado, una parte de la población acoge con entusiasmo la revitalización urbana que acompaña este proceso; celebran la modernización de infraestructuras, la rehabilitación de edificios históricos, parques y plazas públicas  que antes yacían en el abandono, ahora contamos con nuevos espacios de ocio y oportunidades de comercio e intercambio cultural. 

Sin duda, esta transformación amplía la oferta  de servicios más variados y se ve como una mejora sustancial en la calidad de vida, atrayendo a una nueva demografía con mayor poder adquisitivo y para quienes aplauden la gentrificación, el barrio se transforma en un lugar más seguro, atractivo y dinámico, un reflejo de una ciudad en constante evolución y adaptación a las demandas contemporáneas.

Sin embargo, esta narrativa de progreso no es universalmente compartida, pues para otra parte de la población, la gentrificación se experimenta de manera diametralmente opuesta, como un proceso de desplazamiento y desintegración social.

Los residentes de toda la vida, a menudo con rentas más bajas y arraigados en el tejido social del barrio, se ven forzados a abandonar sus hogares debido al aumento desorbitado de los precios de alquiler y la vivienda. La llegada de nuevos negocios, si bien ofrece variedad, a menudo excluye a los comercios locales y tradicionales, que no pueden competir con los altos costos operativos o las nuevas demandas del mercado.

Esta “modernización” se percibe como una amenaza directa a la identidad del barrio, un borrado gradual de su historia, sus costumbres y sus raíces. La pérdida de vecinos, amigos y el cierre de establecimientos emblemáticos generan un profundo sentimiento de privación y desarraigo.

Colonias como Roma, Condesa, Juárez, San Miguel Chapultepec y Santa María la Ribera han visto cómo las rentas duplican o triplican su valor, mientras negocios tradicionales cierran y nuevos habitantes, en su mayoría extranjeros con trabajo remoto, se instalan.

De acuerdo con datos de Airbnb, más de 22 mil inmuebles están activos en plataformas de renta temporal solo en la alcaldía Cuauhtémoc, lo que reduce la oferta de vivienda de largo plazo y eleva precios.

El problema no es la llegada de nuevos habitantes. El problema es que no existen reglas claras para que esa llegada no signifique el desalojo y descontento de otros. Sólo este año,  se han registrado nueve movilizaciones vecinales contra la gentrificación, siendo la más relevante la del 12 de julio, cuando más de 600 personas marcharon en la colonia Juárez.

Aunque el reclamo es legítimo, el derecho a habitar la ciudad, las manifestaciones han carecido de claridad técnica y propuestas viables. Los colectivos suelen exigir la “prohibición de Airbnb”, o el “retiro de nómadas digitales”, lo cual es jurídicamente inviable y contraproducente para la economía local.

Las protestas visibilizan el malestar, pero rara vez se traducen en políticas reales. Hace falta articular demandas con propuestas técnicas concretas y el Gobierno de la Ciudad ha intentado responder con: Registro obligatorio de rentas temporales desde 2024. Reformas al Reglamento de Construcción que limitan la altura de nuevos desarrollos en zonas patrimoniales. Programa de Vivienda Social para el Retorno Barrial con 1,200 unidades, frente a más de 150,000 familias desplazadas. Sin embargo, la implementación ha sido lenta y la supervisión débil.

La solución no está en frenar el cambio urbano, sino en regularlo con justicia social. Además, se necesita educación urbana y participación comunitaria, para que los vecinos formen parte activa de las decisiones, no solo reaccionen desde el enojo. Porque en el fondo, lo que está en juego no es un edificio, una cafetería o una plataforma digital, es el derecho a quedarse, a pertenecer y a habitar.

About The Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *