El ridículo error que le costó a Jorge Luis Borges el Nobel
Por Redacción QP
Borges es uno de los más celebrados escritores en la historia de la literatura universal, sin embargo nunca recibió el premio
Mark Twain, James Joyce, Henry Miller, Marcel Proust, Mijaíl Bulgákov, Yukio Mishima, Julio Cortázar, Virginia Woolf, Paul Celan, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald… aparte de figurar entre los más grandes escritores del siglo XX, hay otro dato en común que estos nombres comparten con Jorge Luis Borges: nunca ganaron el premio Nobel de Literatura.
La idea de que el Nobel de alguna manera consagra la trayectoria de un escritor pierde todo fundamento cuando contemplamos la impresionante lista de autores que por una u otra razón fueron pasados por alto por la Academia Sueca desde que ésta empezó a otorgar reconocimientos a la proeza literaria a partir de 1901. Al juzgarlo así, parece que el Nobel no es más que un reconocimiento más que se suma a los miles de premios y laureles repartidos cada año como volantes en el metro.
Dicho sea esto, no se puede negar que este premio en particular carga más prestigio que el típico reconocimiento local, y cuando el nombre del laureado es anunciado, el mundo escucha y se abre el debate (solo basta recordar la interminable polémica que se desató el año pasado con el nombramiento de Bob Dylan). Y uno de estos debates que todavía se asoma sobre la mesa es el rechazo del Nobel hacia un escritor de la talla de Borges, a quien recordamos el 24 de agosto por ser el día de su nacimiento.
Como cuentista, el escritor argentino no tenía par a mediados del siglo XX, cuando se habían publicado obras monumentales como Ficciones(1944) y El Aleph (1949). Su obra poética tampoco carece de méritos, exhibiendo un oficio de lenguaje que destaca por su disciplina. Tanto su extraordinaria prosa como su dominio del verso y la belleza de su imaginación eran evidencia suficiente para acreditar a Borges como un tesoro de la literatura de habla hispana.
No obstante el prestigio que había alcanzado a nivel internacional y las numerosas ocasiones en que fue postulado, Borges pasó sus últimos años de vida escuchando la misma pregunta una y otra vez de sus entrevistadores: ¿Por qué la Academia Sueca negó otorgarle un premio que ya tenía su nombre escrito desde los 60? En dichas conversaciones, el escritor respondía de buen humor, aunque uno podía notar cierto dolor por el rechazo a su obra.
A partir de esta polémica, se han barajado varias respuestas, algunas más verosímiles que otras. Por ejemplo, se puede argumentar que cuando Borges era contemplado con más seriedad (a inicios de los 60), los escritores sudamericanos aún no habían adquirido la fama internacional que más adelante conquistaría el llamado “boom latinoamericano”. Por lo tanto, aún no había suficientes estudiosos en los círculos académicos de Europa como para influir sobre las dictámenes del Nobel.
También se ha dicho que la libertad que se tomaba Borges para criticar el trabajo de otros escritores le ganó la enemistad de algunas figuras influyentes, incluyendo la de un Artur Lundkvist. Poeta de inclinaciones izquierdistas, Lundkvist pasó a ser secretario permanente de la Academia Sueca. Hubo algún tiempo en que Lundkvist se consideraba un admirador de Borges -principalmente de sus poemas- pero su opinión del escritor argentino cambió al sentirse humillado por los comentarios críticos de Borges con respecto a sus propios poemas.
Sin embargo, la teoría con más peso en lo relativo al rechazo del Nobel puede explicarse por una confesión que le hizo Lundkvist en 1980 al escritor chileno Volodia Teitelboim, autor de Los dos Borges. Resulta que la Academia Sueca nunca le iba perdonar a Borges su relación con el dictador Augusto Pinochet.
Cuenta la historia que en 1976, durante el periodo de mayor influencia del Régimen Militar que subyugó a Chile (de 1973 a 1990), Borges fue invitado al vecino país sudamericano para otorgarle un doctorado honoris causa por parte de la Universidad de Chile. Borges recibió el reconocimiento de manos del mismo Pinochet y pronunció un discurso aprobatorio de la dictadura. Más tarde, Borges se volvería a encontrar con Pinochet y sus palabras ante la prensa terminarían por tacharlo como simpatizante de uno de los regímenes más despreciados del mundo.
El es una excelente persona, por su cordialidad, su bondad… Estoy muy satisfecho”.
Tiempo después, Borges se arrepentiría de hacer tales declaraciones pero el daño estaba hecho. Si ya de por sí Borges era identificado años antes como un conservador por su antiperonismo, ahora era visto como un pensador cuyas ideas anticuadas iban a contracorriente de las posturas políticas de los intelectuales de aquella época, cuando estaba en boga la crítica de las dictaduras militares que azotaban a los países en desarrollo, Chile y Argentina incluidos.
Claro, entre Borges y Pinochet nunca hubo una amistad comparable a la de García Márquez y Fidel Castro. Los defensores de Borges han dicho que el escritor era un ingenuo en asuntos políticos, pero la verdad es que el escritor se mostraba indiferente a las interrogantes sobre política actual. A su gusto, las democracias y las dictaduras del mundo eran simples estadísticas que no capturaban su atención. Borges era un erudito de la palabra, de los libros, lo suyo era contar historias fantásticos, ajenos al caos del escenario global.
Porque ante la imagen de un reloj de arena que mide el tiempo de la eternidad, una dictadura o dos no representan más que un granito de poca consecuencia. Es una lástima que el jurado del Nobel no logró comprender las ideas de Borges que trascendían la hora política.
Con Información de La Nación