23 noviembre, 2024

Vega Gil, el “Botello” a quien sus vecinos amaban

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Vega Gil, el “Botello” a quien sus vecinos amaban
Por Redacción QP

Vega Gil, el “Botello” a quien sus vecinos amaban
Por Redacción QP

Subido en su patín del diablo, a veces solo, otras acompañado por su pequeño hijo Andrés, “el “Botello” recorría las calles de la Narvarte, saludaba a sus vecinos, se detenía a platicar; su canto acompañado del “ukulele loco” se escuchaba desde su departamento; una persona normal, muy amable, dicen quienes lo extrañan.

“Cucurrucucú nos duele porque era una persona muy educada”, repiten los vecinos de Armando Vega Gil, los encargados de negocios, su mecánico y alumno de guitarra, los empleados, quienes un lunes dejaron de ver al músico, el escritor, el antropólogo, “el Botellito” como también le decían.

No pueden entender su muerte, mucho menos que él mismo haya decidido encontrarla: “Para nosotros es imposible que haya hecho eso”, una decisión increíble para una persona como él, luego de anunciarla en una nota posteada en el Internet, agobiado por una acusación hecha desde el anonimato, que vaticinó, no tendría manera de contrarrestar en las redes digitales.

Vega Gil era considerado un intelectual, un artista, una persona inteligente entre su comunidad, pero no encajaba en los clichés del solitario entregado a su obra, absorto en sus pensamientos, porque era alegre, amable, conversador con los que le rodeaban.

Juana Ortega despacha una tienda de abarrotes a la vuelta del departamento del autor de los cuentos reunidos en La Ciudad de los Ojos Invisibles, y recuerda cómo “su trato era bueno, siempre andaba en su patín o caminando por aquí, si no podía detenerse a saludar, nos decía adiós con la mano; venía por aquí con su niño y compraba”.

La plática era común, recurrente, larga a veces, de elogios por entrevistas que la comerciante veía en la televisión: “lo acabo de ver en el (canal) 11”, le decía con emoción, a lo que el integrante de la banda Botellita de Jerez, respondía que se trataba de una entrevista de hacía años, pero que le alegraba que la transmitieran de nuevo.

“Nunca pasó que nos haya contestado feo, jamás, y con toda la gente era así, muy amable”, recuerda quien le vendía aguacates, jugos para su niño, nueces que por no traer efectivo un día antes de que fuera encontrado sin vida a tres calles de su domicilio, que también era estudio y salón de clases de música, dejó sin pagar.

“Vino por unas nueces, traía su trastecito, me dijo: quiero unas nueces, después se busca en la bolsa y dice, ¿sabe qué?, que no traigo efectivo, déjeme ir al cajero y regreso”, pero ella le insistió en que se llevara el fruto y después le pagara, porque no tenía ningún problema con él, “era una excelente persona”.

No hubo señales de preocupación, de que estuviera pasando un mal momento, de que estuviera deprimido, considera doña Juana, pero otro vecino asegura que durante una plática le confió que pasaba una situación difícil, “que no se vendían tanto los libros y que no tenía mucho trabajo”.

Detrás de su mostrador con productos lácteos y margarinas, la vecina y comerciante lamenta no haber tenido la posibilidad de ayudarlo. “Se hubiera acercado a cualquiera y nos hubiera contado”.

Para los vecinos de el Cucurrucucú, hay cosas extrañas sobre la muerte del artista, como el que la Procuraduría de Justicia capitalina haya informado que su cuerpo fue encontrado al exterior de su domicilio, cuando no fue así, pues el departamento donde vivía, está a dos calles, del lugar de su deceso.

“Tiene que haber imágenes de las cámaras, porque tuvo que pasar por aquí”, señala la mesera de un restaurante cercano a donde se encuentra el árbol que Armando decidió usar como instrumento para terminar con su vida, y que está en la calle de Monte Albán, casi esquina con La Morena.

También, corre la versión de que momentos antes, algunos condóminos lo vieron caminando con heridas en las piernas, maltratado, lo que les hizo pensar que alguien le habría causado un daño.

Esa hipótesis es poco creíble, la personalidad del “charrockanrolero” los aleja de esas suposiciones, pues siempre que la empleada se lo encontraba de día o de noche, era muy tranquilo, nunca buscaba problemas, “lo veías tomándole fotos a la luna”, con su hijo, una compañía que todos recuerdan.

En el edificio en el que se encontraba el departamento en planta baja, en cuya ventana se colocaron veladoras y muestras de agradecimiento por la obra de Armando, los habitantes afirman que “era una buena persona absolutamente. Es muy doloroso y triste lo que ocurre, pero jamás podría pensar que es una mala persona o que haga daño”.

En ese mismo edificio vive Alejandro Núñez, quien dice que a los 13 años de edad conoció al cantante y bajista, después se convirtió en su alumno de guitarra y en los últimos años, su mecánico para tener a punto su auto compacto, que lucía “un muñequito en el tablero”.

“Cuando no pasaba (la verificación vehícular) su carro, me buscaba y yo le decía lo que se le tenía que hacer o las piezas qué comprar”, dijo luego de asegurar que su pareja, conocida por tener una amistad con el músico, fue la que más se impactó con la noticia de la muerte del autor de “Luna Misteriosa”.

Afirma que Vega Gil era muy alegre, siempre contento y que vivía solo, aunque en ocasiones estaba su hijo, y “salían con su patín del diablo los dos, era muy paternal; luego cantaba y se escuchaba su ukulele”; los jueves, cuenta, daba un taller de música en su departamento de la calle de Palenque.

Su vida en el trabajo no era diferente a la que tenía en su colonia, afirma Alexis Aguilar, pues siempre lo consideró una persona amable, atenta y tranquila. “No hablaba de más, siempre saludaba y era un buen elemento de la comunidad”.

Alexis trabajó con “el Botello” hace aproximadamente 10 años, cuando era promotor cultural en la delegación Gustavo A. Madero, “y como lo conocía lo invité a que hiciera la presentación de un libro, en el entonces recién inaugurado Centro Cultural Futurama. Me parece que fue Picnic en la Fosa Común”, recuerda mientras muestra la dedicatoria en la primera página de una de sus obras literarias.

En su trabajo “era muy profesional, muy puntual, muy amable e incluso, como era un escritor muy prolífico, se metía en el personaje al momento de leer los pasajes de sus novelas, así que ahí teníamos la oportunidad de ver a los dos Armandos: el Armando de la vida privada, una persona tranquila, amable, reservada, y el Armando de su personaje, que era una persona desgarbada.

También apunta que “muchas veces la gente piensa que a las personas públicas les sobra el dinero o tienen la vida resuelta, pero no, era una persona trabajadora que siempre estaba produciendo de muchas maneras.

“Su obra es prolífica, sacaba un libro casi cada año o cada año y medio y por eso hacía su tour en las casas de cultura de todo el país, porque siempre tenía algo que contar y algo nuevo que presentar”.

Vecinos cuentan que el día de su muerte, antes de acudir al departamento del escritor a expresar sus condolencias, algunos de sus amigos se reunieron en el café que frecuentaba quien junto con Francisco Barrios “El Mastuerzo” y Sergio Arau creara el “guacarrock” a inicios de los años ochenta, una parodia y crítica a la música comercial y las “buenas formas” del momento.

Pablo, encargado del Café Bajo Sombra afirma que Armando Vega Gil “venía mucho por acá a tomarse su café, era vecino, generalmente pedía su espresso. De tres años que llevamos aquí, por lo menos desde hace dos años y medio empezó a venir con amigos, colegas, también músicos.

“Venía a escribir, a trabajar, tenía citas de trabajo, teníamos entendido que había sacado un libro y andaba en la promoción. La verdad para nosotros era una persona muy tranquila, generalmente cuando venía solo le gustaba estar callado, le gustaba entrar cuando no había nadie”, recuerda.

Revela que muchas veces, Armando acudía al local ubicado a unas calles de su departamento, acompañado del también músico, Jorge Cox Gaitán, quien prefirió no dar declaraciones.

Vega Gil será recordado como una persona buena y alegre, sus vecinos y amigos aún tienen dudas sobre los motivos que le llevaron a tomar su última decisión, de la misma manera que dudan que las acusaciones de las que fue objeto tengan un piso firme. Pero doña Juana adelanta que “no va a faltar quien venga y nos diga qué es lo que pasó. Del cielo a la tierra no hay secretos”, advierte, aunque tal vez, con la misma irreverencia que caracterizaron los proyectos del Cucurrucucú, se llegue a la conclusión del dicho que reza “botellita de jerez, todo lo que me digas será al revés”.

Con Información de NTX

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