El Quehacer Político a través de las visiones en papel en la opinión de Karla Flores///La corona como símbolo de poder: el lado glam y político de los certámenes

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Por Karla Flores

Analista

En un mundo saturado de debates, tendencias efímeras y pantallas que cambian cada segundo, los certámenes de belleza siguen ocupando un lugar inesperadamente relevante. No son sólo espectáculos glamorosos ni noches de coronación: son escenarios donde se cruzan cultura, geopolítica, identidades y las narrativas que un país quiere o necesita mostrarle al mundo.

Este 2025 Fátima Bosh, representante mexicana, fue la muestra de cómo un evento que pareciera manejar las motivaciones más superficiales, se convirtió en el centro de una conversación global. No por un tropiezo ni por un escándalo, sino por algo mucho más profundo: la manera en que su presencia, su discurso y lo que ocurrió durante la final expusieron tensiones, aspiraciones y contradicciones que van más allá del brillo del escenario.

Aunque parezca un relicario del siglo pasado, los certámenes de belleza siguen siendo eventos diplomáticos, vitrinas de política blanda y plataformas donde cada país ensaya su narrativa internacional.  Lo que se premia y lo que se castiga  dice mucho acerca de qué cuerpos se consideran ideales, qué voces se celebran, qué temas se le permiten a las mujeres y cómo cada nación quiere ser vista.  En definitiva, la belleza es entendida como símbolo cultural, es también un acto político.

En 2025, Fátima Bosh llegó al certamen con una preparación impecable: pasarela, carisma, dominio escénico y una inteligencia estratégica que la colocó rápidamente entre las favoritas.  Pero el verdadero giro vino durante las rondas finales, cuando una respuesta suya  matizada, elegante y profundamente humana abrió una conversación global sobre representación, diversidad y el papel de las mujeres en la vida pública.

Lo que pudo ser una respuesta más en un certamen, se convirtió en tendencia internacional porque tocó fibras sensibles:  la presión estética, el escrutinio en redes y las expectativas que recaen sobre las mujeres cuando están bajo reflectores.

Durante la final, un gesto, un silencio breve, una expresión contenida, una frase que no estaba en libreto, bastó para que millones conectaran emocionalmente con ella.  Ese instante, que en otro contexto hubiera pasado inadvertido, dejó en evidencia lo mucho que cargan sobre los hombros las participantes: no solo representan belleza, sino también aspiraciones sociales, orgullo nacional y debates que el mundo aún no resuelve.

Lo sucedido con Fátima provocó titulares, reacciones de todo tipo y un eco inesperado: de pronto, México no sólo estaba compitiendo por una corona, sino mostrando una conversación pendiente sobre identidad, autenticidad y presión mediática.

Porque detrás de la puesta en escena , el maquillaje impecable, los vestidos que roban aliento, los reflectores, existen mujeres que encarnan discusiones globales:
desde la inclusión y la salud mental hasta la representación mediática y las narrativas de éxito.

Fátima Bosh se volvió, sin proponérselo, un símbolo de esa dualidad: la fuerza detrás del glamour, la vulnerabilidad dentro del espectáculo, la inteligencia detrás de la sonrisa.

En definitiva, los certámenes, aunque muchos los den por superados, siguen moldeando imaginarios colectivos.  Lo que ocurre en ellos, las polémicas, los silencios, los aciertos, influye en conversaciones sobre: feminidad, feminismo cultura, poder, diplomacia, redes sociales y visión internacional del país. Y este año, México estuvo en el centro de esa conversación gracias a Fátima.

La historia de este año nos recuerda que la belleza no es solo estética: es narrativa, es política y es reflejo de un mundo que todavía debate quién puede ocupar un escenario y qué se espera de quienes lo hacen.

Fátima Bosh no solo compitió; representó un momento, una fractura en el libreto, una respuesta sensible en un ecosistema que exige perfección. Y eso más que la corona, fue lo que la volvió inolvidable.

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