El Quehacer Político///Jose Alberto Prado Ángeles///Sociedad individualizada y el desencanto de la política
Por José Alberto Prado Ángeles
Director General y Editor
La actividad política atraviesa una severa crisis de credibilidad generando un divorcio constante entre quienes representan al poder político (la capacidad de hacer las cosas), la política (la capacidad de decidir lo que hay que hacer) y la sociedad en general (como el elemento gestionador, mediador, demandante y articulador entre la política y el poder político). Pocas personas esperan la salvación desde las altas esferas; las promesas de los ministros y de diversos personajes políticos se reciben con incredulidad salpicada de ironía.
El individuo se convierte en su único salvador, promotor y perseguidor de su propio bienestar. Por lo que la actividad política se convierte en un montón de esperanzas frustradas. En consecuencia, el individuo prefiere emplear y hacer cosas que faciliten su bienestar individual que cambiar su realidad a través de acciones colectivas.
En cualquier caso, no sentimos la necesidad (una vez más, salvo algunas irritantes ocasiones) de lanzarnos a la calle para reclamar y exigir más libertad o una libertad mejor de la que ya tenemos. Pero, por otra parte, tendemos a creer con igual firmeza que es poco lo que podemos cambiar –individualmente, en grupos o todos juntos- del decurso de los asuntos del mundo, o de la manera que son manejados; y también creemos que, si fuéramos capacidad de producir un cambio, sería fútil, e incluso poco razonable, reunirnos a pensar un mundo diferente y esforzarnos para hacerlo existir si creemos que podría ser mejor que el que ya existe. (Bauman, 1999: 9).
La vieja política que se ejerció después de la segunda guerra mundial y que se fue banalizando en los años posteriores fue perdiendo sustancia y rigidez, debido a la pérdida de poder frente a grupos de presión que pertenecen al grupo económico. La política de nuestra época destaca por la pérdida de substancia de los viejos medios institucionales de seguridad y protección social; dejando de existir, o en su defecto, ya no se encuentran en los lugares que hasta hace poco estaban destinados. El poder y la política local caminan por separado y su divorcio afecta considerablemente a la sociedad.
Los individuos parecen estar abandonados y expuestos a la inseguridad y a la poca protección. Están condenados a perseguir sus propios recursos. Y eso genera, que los propios individuos al verse orillados a subsistir no tengan ninguna consideración por el otro. En ese sentido, el individuo se ve en la necesidad de competir, de transformarse eficazmente a través de una educación que no demerite tanto tiempo ni que establezca el mínimo esfuerzo de pensamiento y sensibilidad. Lo que importa es especializarse para adoptar nuevas herramientas para ser considerado por la oferta del trabajo, además debe ser solidario pero con la finalidad de crear nuevos espacios de superación expresados en la materialidad y consumo de productos, así como también debe tener la capacidad de auto dirigirse y mantener las expectativas de progreso y desarrollo.
La política que prolifera en nuestros tiempos yace de la crisis de los medios y de los instrumentos de acción afectiva. “Y su derivada: la enojosa, exasperante y degradante sensación de haber sido condenados a la soledad frente a los peligros compartidos” (Bauman, 2015: 81).
De ahí que ahora más que nunca el individuo viva sumergido en una “sociedad de riesgo” (Beck, 2006). Pues por una parte, si bien observamos el desarrollo de sociedades multireligiosas, multiculturales, multiétnicas y la multiplicación de soberanías, también se puede observar la extensión progresiva del sector informal de la economía, la flexibilización del trabajo, la desregulación legal de grandes sectores de la economía, de los grupos de seguridad laboral como los sindicatos y la pérdida de legitimidad del Estado.
Estos impactos generan la implicación de que el individuo viva en una red de instituciones desactivadas por el Estado-nación, por lo que las repercusiones en el ámbito social toman mayor complejidad, y junto con ello, los problemas que aquejan a la sociedad crezca exponencialmente.
En la sociedad del riesgo, la política se hace extremadamente importante, pero que contradictoriamente se deja al unísono y en la esquina del olvido. Pues los riesgos con los que se encuentra constantemente el individuo cada vez toman mayor importancia, y de esa forma, la necesidad de crear nuevos espacios de convivencia para pensar y luego accionar nuevos mecanismos que compensen no solamente al individuo, sino a toda la sociedad en general.
Justo como argumenta Zygmunt Bauman en su más reciente obra en colaboración con el filósofo y dramaturgo lituano Leonidas Donskis, Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida: No hay escasez de salidas exploradoras, ni de intentos desesperados de encontrar nuevos instrumentos para la acción colectiva que en un escenario progresivamente globalizado resulten más eficientes que las herramientas políticas inventadas y puestas a punto en la era postwesfaliana de la creación de naciones, y que tendrán más posibilidades de llevar la voluntad popular a su cumplimiento de las que puede soñarse para los órganos ostensivamente soberanos del Estado, atrapados en su doble vínculo (Bauman, 2015: 81).
La idea de que el individuo por primera vez en su historia es un sujeto realmente libre, es debido a su creciente independencia y autonomía para dirigirse y para tomar diferentes decisiones que le parezcan más adecuadas para manejar y conducir su vida, y por ello, su existencia en sociedad. En ese sentido, si la libertad ya ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa elocuente victoria que tanto presumen los ideólogos y simpatizantes de la democracia liberal?, ¿qué clase de libertad han conquistado los individuos sin tan solo sirve para desalentar la imaginación y para tolerar la impotencia de las personas libres en cuanto a temas que atañen a todas ellas?
La libertad individual coincide con el incremento de la impotencia colectiva que se expresa fundamentalmente en la actividad política. Los puentes de la vida pública y privada del individuo nunca fueron construidos de forma homogénea y armoniosa, es decir, no existe una forma fácil u obvia para traducir las preocupaciones privadas en temas públicos e, inversamente de discernir en las preocupaciones privadas en temas de preocupación pública. Ya que en nuestra sociedad actual, los puentes brillan por su ausencia y el arte de la política rara vez se practica en público, pero, paradójicamente, siempre se hace de forma cotidiana en el espacio público, pero no se lleva hacía sendas que tengan mayor impacto y relevancia (Bauman, 1999).
La ausencia de mecanismos fuertes, transgresivos y permanentes, los agravios privados y las demandas públicas no llegan a constituirse de forma contundente, debido a la falta de condensación por parte de la colectividad. Además de que el individuo se ocupa más por las cuestiones de interés privado que por las causas de interés social.
Así el Quehacer Político Desde 1980, inquiriendo en la política de México, cuestionando, exponiendo, revelando y razonando.Es cuanto.