24 noviembre, 2024

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Política de cabotaje: Batallas en el desierto
Por Mouris Salloum George

Director General del Club de Periodistas de México AC

Desde la publicación de la gran Reforma Política 1977-1978, con su paquete de modificaciones y adiciones sustanciales a la Constitución, los declamadores han predicado que las instituciones electorales son siempre perfectibles.

Bajo ese paraguas aparecieron después en el Congreso de la Unión pretendidos correctores de estilo y hasta pescadores de perlas con su respectiva fe de erratas.

Veinte años han transcurrido desde que se proclamó el ingreso de México a la transición democrática y algunos politólogos postularon su fase superior: La Metapolítica. Se dice fácil.

En el sinuoso recorrido, la Carta fundamental pasó por la institución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como Tribunal Constitucional -acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales-, de lo que se dio el salto a la judicialización de la política. Decir herradero parece la pintura más a la mano.

Segunda vuelta electoral y revocación de mandato, ¿quién les teme?

Como las instituciones electorales “son perfectibles”, en 2014 se volvió a reformar la Constitución. Ahora sí, anunciaron las cajas de resonancia, llegamos a la verdadera transición.

Por esa reforma se instituyó la consulta popular -sujeta a facultades de la Corte federal-, a la que se acompañó con su respectiva ley secundaria; se abrió el juego a las candidaturas independientes y se crearon los Organismos Políticos Electorales Estatales, etcétera. En cuanto a los candidatos independientes a la presidencia de la República, ya vimos el chapoteadero en que, en 2018, cayeron los postulantes.

Desde aquel mismo año, al Senado llegaron iniciativas ciudadanas proponiendo la Segunda vuelta en la elección presidencial y la Revocación de mandato (por mucho tiempo colocadas esas iniciativas entre corchetes).

En remuneraciones y canonjías, duele más el cuero que la camisa

En tratándose de los altos árbitros electorales federales y de las instancias jurisdiccionales, en 2015-2016 sus actores se ocuparon, más que de su función específica de Estado -la electoral- en cuestiones administrativas, en reacción a los ajustes del gasto de la Federación para, en nombre de la austeridad, recortar salarios y personal.

Llovieron amparos en juzgados de distrito y tribunales unitarios o colegiados -algunos directos ante la Corte-, operación que continuó al arribo de la cuarta transformación que, también invocando la austeridad, legisló para que ningún funcionario público gane más que el presidente. Este capítulo sigue abierto: En asunto de remuneraciones y   canonjías, duele más el cuero que la camisa.

Consejeros y magistrados electorales juegan a las vencidas

A lomo de la crisis sanitaria y de la emergencia nacional, ahora el conflicto se da entre el Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Electoral de la Federación.

Vale un antecedente -subrayado después de dos décadas de “transición democrática” y de reformas a granel: En mayo pasado, en conferencia virtual, el consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova, soltó a la rosa de los vientos esta especie de queja: La falta de reglas fluidas para permitir el arbitraje electoral.

De ello siguió semanas después que el Consejo Nacional del INE emitió acuerdos discrecionales, por los que se trató de bloquear la difusión de las conferencias mañaneras del Presidente en Coahuila e Hidalgo, en procesos electorales diferidos, y un segundo para modificar los calendarios de precampañas de 2021, conservando el plazo, pero adelantándolo a diciembre de 2020.

La Sala Superior del Tribunal Electoral falló recientemente que el INE no tiene facultades para limitar el derecho presidencial a difundir su agenda, y, respecto del segundo punto, de plano lo revocó.

En otras circunstancias, parecerían normales esos diferendos entre los árbitros electorales, pero exacerbarlos en periodo de emergencia nacional que tiene atrapada en la sicosis colectiva a la comunidad nacional, como que es pasarse de la raya. Ni tanto que queme al santo, ni poco que no le alumbre. Vale.

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