La noche que no se olvida
Elena Poniatowska nos habla sobre los acontecimientos que marcaron a nuestro país el 2 de octubre de 1968
Por Redacción QP
Elena Poniatowska publicó “La noche de Tlatelolco” en 1971, dos años y medio después de los acontecimientos que marcaron época en el tema del derecho a manifestarse, el reclamo de la juventud y la opresión del Gobierno. Desde entonces, y con las adendas que debió hacerle a su texto, el libro ha sido de referencia para quien busca conocer el tema. Elena ha tomado el rol de portavoz, siempre abierta para platicar y evocar. Desde su hogar en la Ciudad de México, la escritora charló sobre cómo vio y vivió el movimiento estudiantil, los acontecimientos a medio siglo y su lugar en la historia:
-Más allá de olvidarlo o no (por “2 de octubre no se olvida”), ¿cuáles son los aprendizajes que podemos tener del 68 (por cómo se le interpreta en temas de democracia y el derecho de manifestación)?
-Se puede ver pensando en la fuerza que adquieren los jóvenes en 1968, a través de las diversas manifestaciones. Salían de Chapultepec al Centro, caminando. Recuerdo que en una les dijeron que eran muy groseros, malhablados (“únete pueblo agachado”, ese tipo de cosas). Les dijeron que no podían marchar insultando a la gente: la gran manifestación del silencio fue por eso, por las críticas al llamado “desmadre”, porque provocaban miedo, la gente bajaba las cortinas de sus negocios. Fue conmovedor, causó mucho impacto que caminaran y solo se oyeran las pisadas, desde el Paseo de la Reforma hasta el Zócalo.
-¿Cómo vivió el movimiento?
-Yo fui solo a dos marchas. En junio tuve un hijo, Felipe (mi segundo hijo). Lo tenía que amamantar y no fui a tantas marchas, pero sí tenía muchos amigos que me contaban. Sobre todo mi esposo, Guillermo Haro me contaba cómo iban caminando frente a los grandes edificios de la UNAM gritando “Territorio UNAM, territorio libre de América”. Eso a él le emocionaba.
-¿Cómo se enteró de lo sucedido el 2 de octubre?
-Supe esa misma noche, vinieron dos amigas (María Alicia Martínez Medrano, que aparece en la portada de ‘La noche de Tlatelolco’; y Margarita Velasco). Me dijeron que había sangre en las escaleras, que reventaron las puertas de los elevadores con balas de ametralladora, muchísimos vidrios rotos, que cerca de las pirámides estaban muchos zapatos de mujer y de hombre, que había tanques del ejército. Pensé que habían perdido la razón. Fui muy temprano, a las cinco de la mañana del día siguiente (momento en que podía escaparme de amamantar a mi hijo). Vi todo lo que me habían contado. Me puse detrás de un soldado que estaba esperando llamar. En esa época había casetas telefónicas: oí que el soldado le hablaba a su mujer, seguro: “Pásame al niño, pásamelo tantito, no seas mala. Aquí vamos a estar varios días. Quiero oírlo”. Eso me dio otra dimensión: tampoco para los soldados era lo mejor de la vida estar en Tlatelolco.
-Allí comenzó la colección de voces, ¿cómo lo armó con las demás referencias?
-Hice entrevistas en mi casa. Lo que más me ayudó fue ir a Lecumberri, a la cárcel. Iba los domingos en la mañana. Una amiga me recomendaba cambiar mi nombre por lo difícil de entrar. No podía ir cada domingo con el mismo nombre. Mi esposo tenía dos grandes amigos en la cárcel: Elí de Gortari y José Revueltas.
-Visto a la distancia, ¿cómo calificar el 2 de octubre? ¿Sí fue un parteaguas como se dice, allí comienza el proceso democrático?
-Creo que fue un momento clave, el más importante en la vida de México en los últimos años, porque marcó para siempre a todos los que participaron, también a sus familias y a todos los mexicanos. El hecho de ganar la calle, de poder hablar, incluso gritarle al presidente “Sal al balcón, hocicón”, manifestarse y decir lo que sentían con consignas. Eso fue una liberación, una innovación, porque no se había hecho. Lo que sucedió en la cárcel, la cantidad de líderes presos, también ayudó a formar a nuevos pensadores, a nuevas formas de enfrentar al Gobierno y pensar qué tipo de país tenemos y queremos.
-Lo que menciona, “tomar la calle”, ha habido otras manifestaciones donde se arremete contra estudiantes, en 1971; o más recientemente en el siglo XXI con los estudiantes de Ayotzinapa, o el caso de los tres estudiantes de cine desaparecidos en Jalisco, ¿cómo podemos interpretar esa constante: parece que ser estudiante es peligroso?
-Hay cosas aterradoras, como lo de Ayotzinapa. Los 43 estudiantes que desaparecieron y las mentiras del gobierno son un crimen atroz. Lo de loss tres estudiantes también indigna mucho, no se entiende qué sucede. ¿Cómo es posible que los quemaran? Lo de Ayotzinapa me parece más grave que lo de Tlatelolco. Del 68 tenemos imágenes, testimonios, el horror, la tristeza, a los padres, los periódicos que aunque no decían la verdad algo decían, los libros sobre el tema. Lo de Ayotzinapa es simplemente borrar de la faz de la tierra a 43 jóvenes. Es un crimen de lesa humanidad, de racismo también: todos eran jóvenes pobres, que querían ser maestros, enseñar en sus idiomas. La actuación del gobierno no es peor, pero lo acentúa. Han tenido tiempo de reflexionar como para volver a caer en algo tan atroz.
-El 68 es quizá el tema de la historia contemporánea de México que más bibliografía ha generado, muchas veces con polémicas entre los puntos de vista, ¿cómo leer toda la bibliografía? ¿La sigue leyendo?
-No tengo la bibliografía completa, conozco el de Paco Ignacio Taibo, de Humberto Musacchio. Para mí quien más se ocupó del tema y a quien más le creo es a mi amigo Carlos Monsiváis.
-Con la perspectiva histórica: ¿cómo leemos los intentos de descalificar históricamente el movimiento, o que minimizan la tragedia? Pienso en el diario apócrifo de “El Móndrigo”.
-Supe de “El Móndrigo” por Monsiváis, que me habló de él; pero no lo hojeé. Se distribuía en las calles en contra de lo que sucedió. Yo ahora tengo poco material del 68: cometí el error de prestarlos. Fui amiga de Tita Avendaño, que quiso hasta su muerte representar su mismo papel, el que tuvo en el movimiento estudiantil como líder. Lo quiso representar en distintos escenarios: escribió una obra de teatro. Venía muy seguido a mi casa. Me pedía todo el tiempo material: era malhablada, me decía “Cabrona, préstame”. Tenía todas las cosas que repartían en la calle, poemas contra los granaderos, proclamas, hojas sueltas, banderas. Le di todo. Cuando murió, inesperadamente, le pregunté a su hijo si me podía devolver el material y me dijo que no lo tenía.
-Las obras de ficción, también las películas, ¿las toma como referente histórico?
-Creo que el que tiene muchísimo sobre el 68 y es muy bueno es el ‘Palinuro de México’ de Fernando del Paso. Lo tengo aquí al lado: 647 páginas, de lectura muy apretada, letra pequeña y con todo lo del 68 dentro, concentrado en su personaje, Palinuro. Es una obra de ficción, también de medicina (está lleno de datos), de lo que se dedicaba Del Paso (la publicidad), pero basada en el contexto del 68.
Con Información de Jorge Pérez