Del cine a la serienovela
Una exploración del melodrama a través de la historia de la televisión hasta llegar a los nuevos formatos de distribución
Por Redacción QP
Lo dicho tantas veces: el melodrama, tanto en el cine como en la televisión, es uno de los géneros favoritos en nuestro país. Desde que las pantallas hicieron su entrada a comienzos del siglo XX, es el melodrama el que se ha impuesto en los gustos de las audiencias. Como afirma Monsiváis, este género es “el molde sobre el que se imprime la conciencia de América Latina”. Más que un sistema de referencias para contar una historia, el melodrama es el núcleo de la gran mayoría de nuestras narraciones y nuestros imaginarios: nuestra máquina inagotable de crear ficciones. El catálogo cinematográfico es enorme: “Santa”, “La mujer del puerto”, “Flor Silvestre”, “Enamorada”, “Nosotros los pobres”, “Un rincón cerca del cielo”, “Campeón sin corona”, “Tizoc: Amor indio” y un inmenso etcétera. Este repertorio se diversifica de todas las maneras posibles con la finalidad de tocar todas las fibras de la sociedad mexicana. Lo mismo trata sobre la ciudad, el campo, el puerto, el cabaret, la madre, el adulterio, la revolución, el box, los toros, la muerte, la pobreza. Un espejo que refleja al mismo tiempo todos los rostros.
¿Qué ha hecho la telenovela para mantenerse durante tantos años como un formato de entretenimiento tan efectivo? Según Guillermo Orozco, la telenovela debe presentar un argumento que se pueda reconocer, pero al mismo tiempo, debe ser capaz de sorprendernos. Algo nuevo y algo viejo. Debemos sentirnos cómodos, pero no tanto. Así, la telenovela permite transmutar su formato y su manera de narrar cuantas veces sean necesarias con tal de permanecer en la pantalla: un modelo de negocios infalible.
La telenovela busca tantas estrategias como le sea posible y puede llegar a convertirse, incluso, en serie de streaming. Es quizá por esa razón que “Luis Miguel, la serie” y “La casa de las flores” se han mantenido bajo la mirada de las audiencias. Ambas series representan la inauguración de un nuevo acuerdo entre el melodrama y sus receptores. Cuando parecía que la telenovela se despedía junto con el fin de la dominación de las televisoras, las “serienovelas” hacen su llegada y nos recuerdan que el melodrama constituye lo más hondo de nuestros imaginarios. Hace diez o veinte años, imaginar una telenovela con menos de noventa capítulos, sin cortes publicitarios y con costos tan elevados de producción hubiera sido una locura. Sin embargo, al melodrama no le importa traicionar lo más profundo de sus estructuras, con tal de perpetuarse.
Y, pese a los aparentes cambios que puede tener, seguimos frente a los mismo hilos que tejen la telenovela: reproduce y actualiza estereotipos de género, clase social, etnia; nos muestra la astucia de las clases dominantes -los ricos son los héroes- para salir “legitimamente” de una desgracia en la que han caído; usan el star system como principal gancho para atraer espectadores; muestran una imagen velada o simplona al respecto de temas políticos.
No obstante, su poder narrativo es potente y seductor. No hay público erudito que pueda escapar a los encantos del melodrama, que se extiende, silencioso, en múltiples direcciones. Desde la llegada del cine hasta nuestros días, los modelos de exhibición, la cantidad de pantallas, formatos y soportes han cambiado radicalmente; han cambiado también las maneras de gobernar, de hacer negocios, de comunicar y de ver el mundo. Pero eso sí: el melodrama sigue ahí. Y seguirá.
Con Información de Carlos Armenta