El Quehacer Político a través de la Visión///Iliana Berenice Durán Espinosa///Nada que celebrar en México en día de muertos
Por Iliana Berenice Durán Espinosa
Estamos en pleno día de muertos, una celebración mexicana que nos invita a recordar a quienes ya no están. Pero en este país los muertos son tantos, que los cempasúchiles parecen insuficientes.
Según el INEGI, durante 2024 se registraron 33 mil 241 homicidios en México. Tan solo en Guanajuato fueron más de 4 mil; 3 mil en el Estado de México; 2 mil 400 en Baja California; y alrededor de mil 700 en Jalisco.
Si observamos la tasa por cada 100 mil habitantes, encabezan la lista Colima con 123 y Morelos con 77. Como contraste, en Oxford, durante la baja Edad Media, época de brutalidad y donde el más fuerte se imponía, la tasa de homicidios oscilaba entre 60 y 75 por cada 100 mil habitantes. Hoy, Colima la duplica.
México vive una regresión como civilización: La vida vale poco. Días atrás los medios narraron el caso de un joven de 18 años que confesó haber asesinado a un abogado por 30 mil pesos, sin importarle siquiera los motivos de la ejecución.
Más allá de las cifras, es evidente que padecemos una enfermedad social que nos ha llevado a normalizar el crimen. Lo que antes nos horrorizaba, hoy apenas incomoda. Y si no lo detenemos, seguirá infiltrándose en los rincones de nuestra cotidianidad.
El crimen no es solo violencia: es economía, cultura y poder. El narcotráfico llena los vacíos donde el Estado es ausente.
Un estudio estimó que el narco es el quinto mayor empleador directo del país (175 mil trabajadores). La narrativa de pertenencia, poder y dinero, amplificada con las redes sociales, recluta a jóvenes y erosiona los límites éticos de la sociedad.
Y ya no todos los involucrados van armados: también están en restaurantes de lujo, escuelas privadas y hasta en la sección de sociales. Lo sabemos, pero callamos. Denunciar parece un acto suicida.
Entonces, ¿qué hacer como sociedad? Necesitamos reconstruir vínculos sociales capaces de resistir la penetración del crimen. Aunque cada vez esto se vuelve más complejo: muchas veces, quienes tenemos enfrente no son los criminales, sino sus operadores financieros camuflados como empresarios exitosos, o incluso sus familiares.
Y ahí surge la pregunta incómoda: ¿hasta qué punto podemos convivir con el lobo disfrazado?
Establecer límites con quienes se benefician del crimen es un gesto de conciencia. La frontera moral de una sociedad no se mide por sus leyes, sino por lo que está dispuesta a tolerar. Y cuando el crimen se vuelve costumbre, la ética es resistencia.
No se trata de excluir, sino de recordar que la cercanía también contamina, que convivir sin cuestionar puede ser una forma de complicidad.
Si normalizamos el crimen, dejaremos de ser un país que celebra a sus muertos para convertirnos en uno que convive con ellos. Y, mientras la muerte siga siendo rutina, nosotros seremos los verdaderos muertos en vida.
Así el Quehacer Político Desde 1980, 45 años inquiriendo en la política de México, cuestionando, exponiendo, revelando y razonando.Es cuanto.
